Viejas y valiosas leyendas populares: LEYENDAS DEL PIRINEO
ARAGONÉS
El nacimiento del Monte Perdido
El Monte Perdido
es la tercera cumbre de la cordillera pirenaica y es también el escenario de
diversas leyendas. Entre ellas, quizás la más bonita sea la que alude a un
Palacio Mágico que existe en su cima. Según cuenta la leyenda, este maravilloso
Palacio fue construido en el origen de los tiempos por el mítico Atland, el
cual hechizó la construcción para que no pudiera entrar cualquiera. Protegido
por murallas y torreones de materiales pulidos, en su interior se cobijaba una
vasta extensión de jardines y prados que evocaban el mismísimo paraíso
terrenal. Pero el Palacio permanecía hechizado y tan sólo era posible entrar en
él a lomos de un caballo volador.
Otra de las leyendas en torno al nacimiento
del Monte Perdido es aquella que cuenta que existía en los pirineos un ermitaño
muy alto que prefería vivir alejado de la sociedad, por ello la gente le tenía
un profundo temor. Un buen día, un cazador orgulloso decidió ir a cazarlo y
darle muerte. Lo mató y cuando volvió al pueblo fue a contarlo a sus vecinos y en
el preciso instante que daba la noticia cayó un rayo sobre él. Tras esto, de
entre las nubes, apareció un monte, era el alma del ermitaño, y se llamó Monte
Perdido.
Otra
interpretación de la formación de la mítica montaña dice que acudió un pobre
mendigo a un pastor montañés y le pidió algo de comida. El pastor, duro de
corazón, le reprochó que él también tenía hambre. El mendigo insistió y el
pastor le dio la espalda, así que el mendigo le dijo “Te perderás por
avaricioso, y allí dónde te pierdas saldrá un gran monte, inmenso, tan grande
como tu falta de caridad”. Y dicen que se nubló el cielo, se espantaron todas
las ovejas y el perro, lo perdió todo y él se convirtió en el monte perdido.
La montaña de Formigal
Anayet y Arafita eran tal vez lo dioses más pobres de la
montaña, les habían despojado de sus pinares y abetales, hasta sus ganados
escaseaban en sus senderos, que se habían convertido en pasos de
contrabandistas. Anayet y Arafita eran trabajadores, honrados y felices y
tenían una hija preciosa, la diosa Culibilla a la que el cielo dotó de todas
las bellezas y cualidades. Nada quería saber nunca de las pretensiones de todos
los dioses pirenaicos. Sus mejores afectos eran hacia los corderillos que
competían en blancura con los inmensos heleros y glaciales que rompían el
verdor de sus montañas.Y más aún amaba a las humildes y trabajadoras hormigas
blancas que durante el verano continuaban blanqueando la montaña, hasta el
punto que Culibilla la bautizo con el nombre de Formigal.
La tranquila paz se acabó el día que Balaitus se enamoró
ardientemente de Culibilla. Balaitus era fuerte, poderoso, temido por todos y
nadie se oponía jamás a sus deseos. Él amasaba las terribles tormentas del Pirineo
y forjaba los rayos capaces de destruir todo lo que le apeteciera. Era violento
como ninguno cuando se enfadaba y hacia correr sus carros por encima de las
nubes, estremeciendo hasta los cimientos de las montañas.
Culibilla lo rechazó, pero en mal momento ya que a él era la
primera vez que lo rechazaban, y juró raptarla.
En tres zancadas dicen que se presentó Balaitus ante
Culibilla, decidido a cumplir su propósito. Las montañas todas estaban
atónitas, sin atreverse a defender a la diosa. Y dice la leyenda que entonces
Culibilla, al verse perdida, grito: ¡A mí las hormigas! A millares acudieron de
todos los sitios las hormigas blancas que empezaron a cubrir a Culibilla ante
los ojos de Balaitus que, horrorizado, emprendió la huida. Culibilla, en el
colmo de la amistad y el agradecimiento, se clavó un puñal en el pecho para
guardar dentro junto a su corazón a todas las hormigas: es el Forau de Peña
Foratata. Y cuenta que los que suben al Forau de la Peña pueden claramente oír los
latidos de Culibilla, la diosa agradecida. Y aseguran también que en Formigal,
desde entonces, ya no hay hormigas blancas: todas las tiene ella.
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